Carlos Salas es un pueblo en la frontera del partido de Lincoln. En los bordes de la zona urbana del pueblo, había campos y chacras, muchas de ellas ya abandonadas. En los cercos de las propiedades, en las casas deshabitadas o en las vías del tren, se podía ver una fuerza orgánica de las plantas que crecían a su alrededor; laureles, madreselvas, maracuyá, manzanilla, mora, diente de león... En estos lugares también crecían yuyos o plantas ruderales, con las que tanto se luchaba para exterminarlas por no cumplir una función útil para la agroindustria. De esta forma, se creaba un cuerpo vivo en estos espacios limítrofes. Un cuerpo que crecía sin orden, sin una administración esquemática de la tierra, que resistía los pesticidas y se presentaba como una insistencia de la vida. Este crecimiento orgánico e impulsivo que rodeaba al pueblo contrastaba con la organización tipológica de los jardines y huertas del espacio urbano. En contraste con esta cultura de domesticación de la naturaleza, Olga conoció la “quinta” de Liliana, vecina del pueblo: una especie de huerta donde convivían libremente plantas, yuyos y hierbas aromáticas. Para Olga, la forma en que Liliana se relacionaba con la naturaleza era la forma en que le interesaba trabajar. Así, junto con lxs alumnxs de la escuela, eligió una ubicación céntrica en el pueblo para visibilizar este modelo simbiótico. En la calle de entrada, que conectaba a Carlos Salas con el pueblo vecino, sacaron semillas, brotes, árboles, esquejes, injertos, agua y herramientas. La idea era que el crecimiento autónomo de lo que surgiera pudiera ser acompañado por lxs habitantes, independientemente de cualquier control, arreglo estético o finalidad productiva. Lxs vecinxs llamaron a la obra “la vida en el límite”. La acción también dispuso la distribución de plántulas y semillas en la región del Partido Lincoln, lo que permitió una propagación simbólica de este cuerpo natural.
Juan José propuso una reflexión sobre las relaciones espaciales e interpersonales de la sociedad de Carlos Salas. Se dispuso, por lo tanto, a observar el universo laboral de aquella comunidad y sus desplazamientos. Para él, los trabajos y oficios existentes en una determinada localidad connotan su propia idiosincrasia. Así, el artista pasaba sus días estableciendo conversaciones con los habitantes locales. Con cada uno, partía del siguiente pedido: que le describan oralmente el trayecto que recorrían desde su casa hasta su lugar de trabajo. Estos relatos trajeron consigo recuerdos de episodios específicos. Se evidenciaron diferentes perspectivas sobre la misma geografía, las calles recorridas, los transportes utilizados. Los relatos de los trabajadores que vivían en pueblos vecinos mostraron también cómo se veían afectados sus vínculos con la localidad de Carlos Salas por las distancias que los separaban. A pesar de todo, estas palabras revelaban la configuración de un ecosistema complejo, un entramado de colaboraciones que conformaban una red de viajes compartidos, ayudas entre vecinos y la creación de lazos afectivos. Las palabras fueron grabadas y almacenadas por Juan José Valencia; donadas para el acervo del Museo de Carlos Salas. El registro de esas narraciones vinculadas al cotidiano del pueblo y a sus dinámicas productivas centrales permitió un relato oral de aquellas intersubjetividades.
Carina Mercado construyó colectivamente, con los niños y profesores del pueblo, maquetas de los espacios institucionales, públicos y privados de la localidad de Carlos Salas. Carlos Salas es una región donde el agua se manifiesta en sus dos extremos, alternándose entre sequías e inundaciones. Para la construcción de esas maquetas utilizaron barro, como material que representaba a aquella localidad, afectada reiteradas veces por lluvias e inundaciones. Era el encuentro del agua con la tierra lo que sería utilizado como material de trabajo. Así, se generó una actividad donde la comunidad se autoconstruía y se revisitaba. Se discutió sobre las vecindades, sobre la distancia de la plaza central de todo el resto del pueblo, sobre los problemas de infraestructura del distrito en su totalidad, sobre los deseos colectivos e individuales. El trabajo de edificación de la comunidad, sus casas y espacios comunes, sobrepasó el lugar de la representación y habilitó el lugar de la creación: dio margen a la proyección de nuevos establecimientos, a reformas y a la creación de espacios imaginarios - como pasajes secretos dentro de las casas o la materialización de balcones inexistentes. Se trató de un laboratorio práctico que desató una dinámica de intercambios. Un ejercicio a través del cual la manipulación con el barro, materia que tanto amenazaba a ese grupo social, se convertía en un medio para la planificación y la construcción.
Carlos Salas es un pueblo situado en el límite del partido de Lincoln, al cual se accede recurriendo una amplia extensión de pampa por un camino de tierra. Las lluvias abundantes y las consiguientes inundaciones son una constante en aquel lugar, estando siempre presentes en los recuerdos de sus habitantes. Durante la estadía de Jo Muñoz, los vecinos de Carlos Salas se dedicaban a organizar e inaugurar el museo del pueblo, pero se esforzaban en encontrar objetos antiguos y reliquias que parecían ser los que deberían conformar el acervo de aquel museo. Llamada a participar en las conversaciones y decisiones, la artista sugirió que el museo debería ser un espacio para conservar la memoria de la comunidad a partir de las cosas que simbolicen esa memoria efectivamente. Recordó que las inundaciones integraban y organizaban los recuerdos del pueblo, eran referencias de fechas, ceremonias, nacimientos y fallecimientos. Recopiló, así, las narrativas sobre las inundaciones que le contaron, tanto tristes como tragicómicas y que se infiltraban en las fotos familiares. En el día de apertura del Museo, Jo trazó una línea horizontal de barro que recorría toda la sala expositiva y señalaba las fechas de las inundaciones, recordando los vestigios sucios que el agua deja cuando asciende por las paredes de las casas. Al reconocer esa impregnación del agua como una marca viva en Carlos Salas, la artista motivó a los vecinos a construir un álbum colectivo sobre la pared y a confrontar juntos su propia historia.