Durante una visita a la escuela primaria, Janaina preguntó a lxs estudiantes cómo era el mapa de Arenaza. Una de las estudiantes respondió que era solo un punto en el mapa del Partido Lincoln. A la artista le causó gracia esa respuesta y eso la animó a buscar otras formas de conocer la localidad. Circuló por el lugar, caminó con lxs vecinxs para escuchar historias sobre el pueblo y lxs invitó a escribir cartas contando recuerdos vividos por alguna parte de la localidad. Así, junto con la comunidad, comenzó a elaborar una cartografía afectiva, donde lxs propixs habitantes eligieron los lugares importantes a señalar. Más que una búsqueda de un registro cartográfico tradicional con la representación espacial de calles, manzanas o instituciones oficiales, Janaina organizó un mapeo de territorios de valor sentimental: la plaza, dónde lxs chicxs pasan horas de juegos; la antigua estación de tren, donde llegaban familiares lejanos y productos del exterior; la pared del correo, dónde se juntaban colas para enviarse cartas y chocolates a los combatientes de Malvinas; la vieja casa incendiada, que estimuló la formación del primer cuerpo de bomberos de la ciudad; el dosel de magnolia, un telón de fondo frecuente en las fotografías de lxs recién casadxs; o la fábrica de yogur, el lugar donde se lanzó la lucha por Los 21 de Mendicrim. Además del mapeo, el proceso de visitar estos puntos representativos desencadenó el intercambio de un flujo vivo de recuerdos: historias personales y colectivas se mezclaron entre sí y llegaron a otras generaciones.
Tercera artista que residió en el pueblo, Julia estableció fuertes vínculos con los niños de Arenaza, que siempre la acompañaban durante sus procesos de caminatas, anotaciones e investigaciones. Según su punto de vista, eran ellos quienes más conocían las dinámicas de la ciudad, sus hábitos y movimientos. Decidió prestarles su cámara y su celular para que registraran esos tránsitos, como paparazzis atentos a cada presencia. La artista relacionó esas imágenes que iban surgiendo con las imágenes de las cámaras de vigilancia de la ciudad de Arenaza. No había registros de violencia en el lugar, lo que daba un aire de curiosidad aún mayor a los sistemas de seguridad instalados en las casas e instituciones. El resultado fue la proyección de esas imágenes sobre el muro exterior de la iglesia, sugiriendo la exhibición de las miradas omnipresentes y omniscientes del pueblo.
Anna Corina fue la segunda residente en el pueblo de Arenaza. La artista carioca ya se interesaba por las estructuras de poder impuestas en los espacios públicos, prestando atención al universo de las rejas, cercas e impedimentos que participan del escenario urbano, tanto de las grandes como de las pequeñas ciudades. Al aproximarse a la fuente situada en la plaza central de Arenaza, percibe la inexistencia de monedas al fondo. La fuente había sido rodeada por una reja a pedido de los habitantes locales, que buscaban su protección contra vandalismos. Con el fin de reactivar la interacción con el monumento central, la artista organiza un encuentro en la plaza con los vecinos: había dejado 400 monedas distribuidas en pequeñas bolsas atadas a la cerca de metal. Junto a la reja, un cartel que decía: "el deseo se logra con la acción y es el único que pasa por la cerca". Mientras los vecinos y amigos tiraban las monedas y hacían sus pedidos, Anna Corina coordinaba, al mismo tiempo, ejercicios de dibujo con los niños. Los diseños se realizaron en tiza y buscaban reproducir las sombras que proyectaban las rejas sobre el suelo de la plaza. Al pasar el día y cambiar la luz del sol, los dibujos de las rejas perdieron su referente y se desprendieron de su objeto.
Arenaza es una de las pocas localidades que cuenta con una fábrica como motor económico de la región. Sancor, empresa láctea, era el lugar donde la mayor parte de los habitantes deseaban trabajar. Sin embargo, a pesar de ser una empresa local, los productos que desarrollaba presentaban precios elevados en góndolas, puesto que los mismos eran enviados a la capital, Ciudad de Buenos Aires para luego volver al pueblo con los costos de ese traslado. Alice Ricci al percibir esa situación, propuso el lanzamiento de una marca de lácteos local: esta vez no vinculada a la industria, no ligada a las reglas verticales del sistema corporativo, sino una marca auto gestionada cuyo modo de producción intentara romper los paradigmas de la conducta social y laboral enraizada allí. Elaborada y producida por los estudiantes durante las clases de filosofía de la escuela, el nuevo ambiente de manufactura sirvió también como instancia de conversación sobre las oportunidades locales, sobre anhelos existentes con relación al futuro y al trabajo y sobre otras posibles recetas de yogurt.